Hombres Salvajes
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Luis Marí-Beffa y Javier Jiménez Olmos |
Violencia y Cultura de Paz
"La violencia sólo puede ser disimulada por una mentira y la mentira sólo puede ser mantenida por la violencia" Aleksandr Solzhenitsyn
Atila, conocido en Occidente como “El azote de Dios”, gobernó el
mayor imperio europeo de su tiempo, desde Europa Central hasta el mar Negro.
Lograron superar a sus rivales, la mayoría de ellos de refinada cultura y
civilización, por su predisposición para la guerra. Se conoce poco o nada de su
religión, que la tenían, pero para los romanos, a cuyos centros de poder en el
Imperio Oriental y Occidental se acercó hasta el punto de sitiar Constantinopla
y casi tomar Roma, eran poco menos que individuos subhumanos carentes de
cualquier clase de dios y moral. Solo pudo frenarse su avance militarmente.
Estoy casi seguro de que en ningún pueblo vecino de los arrasados por los hunos
la hoja de ruta pasaría por demostrarles que no eran sus enemigos, más
bien por ejercer su legítimo derecho a la defensa, someterse, o huir. Sorprendentemente, en la actualidad, la
sociedad “civilizada”, oriental u occidental, se complace en la poco eficiente
táctica del avestruz.
Pues bien, más allá de los
sesudos análisis doctrinales de cómo, por qué y a qué intereses responde la
violencia –estructural o puntual- en nuestras sociedades, lo cierto es que recibimos y generamos violencia en nuestras
comunidades del tercer milenio,
independientemente de que se encuadren en el llamado primer, segundo o
tercer mundo, y en esto en poco o nada nos distinguimos en cuanto a resultados
de otras civilizaciones que nos precedieron.
El miedo y la incertidumbre no deberían hacernos desertar de nuestras
convicciones, ni de los valores que las culturas, occidental y oriental,
aportan al patrimonio de la humanidad. La defensa
legítima, frente a la amenaza de la sinrazón y el terror, a la agresión
individual o colectiva, es un derecho de cualquier sociedad civilizada, de
cualquier individuo. Y así se recoge en el artículo 51 de la Carta de las
Naciones Unidas. La defensa de los
inocentes y la protección de las víctimas también son deberes morales
irrenunciables de los ciudadanos libres que intentan vivir al amparo de la Ley
en cualquier Estado de Derecho. Es una responsabilidad común proveer todos los
recursos posibles y disponibles –incluidos los alternativos o complementarios-
para la consecución de ese fin. Se puede dudar legítimamente en cómo frenar,
reconducir o minimizar la violencia de forma eficaz y sostenible, pero las
sociedades de oriente u occidente no pueden seguir complaciéndose en la táctica
del avestruz. Y esto incluye no obviar
los recursos –todos- de los que podemos disponer como ciudadanos para
evitar la violencia en cualquier ámbito y escenario.
¿Estamos frente a la
trivialización, a la banalización, de la violencia? Más allá de los analistas de las centrales
de inteligencia, civiles y militares, altos funcionarios del cuerpo diplomático
y algunos centros de poder político, ¿se puede tener una idea razonablemente
fundamentada de quienes mecen, realmente, la cuna de la violencia que nos
rodea? Y en los comportamientos individuales, ¿Somos, potencialmente, los seres
humanos “criminales natos”?
Para dar respuestas a estas y otras cuestiones relacionadas con la violencia, nos acompañaran en Tiempo de Mediación, desde Málaga, Luis Marí-Beffa, psicólogo clínico, especialista, aunque él se resista a etiquetarse así, en pacientes adolescentes, y desde Zaragoza, el profesor Javier Jiménez Olmos, doctor en Paz y Seguridad Internacional y Coronel retirado del Ejército del Aire, con una amplia experiencia en seguridad nacional e internacional adquirida en sus anteriores destinos y misiones nacionales e internacionales, también en la OTAN, donde estuvo destinado durante más de un lustro. En la actualidad es integrante del Seminario de Investigación para la Paz vinculado al Centro Pignatelli de la Compañía de Jesús en Zaragoza.
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