Shalom
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Masha Gabriel |
“Sólo hay dos errores que uno puede cometer en el camino hacia la verdad; no comenzar y no llegar hasta el final”. Siddhārtha Gautama, El Buda
El recurso a la violencia está acreditado en
numerosas escenas plasmadas en pinturas rupestres donde aparece la guerra y el
conflicto entre diferentes grupos en lucha enfrentada. Su evolución hasta
nuestros días es suficientemente conocida y desde el surgimiento del Estado
moderno y su atribución del monopolio de la violencia, la humanidad no ha
cesado de protagonizar en cada nueva época y generación nuevos e incesantes
estallidos de violencia en el escenario global de un mundo atomizado en guerras
y conflictos diversos. La violencia ya no es monopolio de los Estados y su
gestión es difusa, con nuevos agentes transnacionales que la protagonizan.
Resulta complicado diferenciar en los escenarios de conflictos violentos qué es
guerra, qué es crimen y qué son otras manifestaciones violentas del conflicto.
Olvidamos con
frecuencia que, en Europa, las guerras de religión entre católicos y
protestantes duraron casi un siglo y medio. Los combates no acabaron (con la
paz de Westfalia en 1648) hasta que Alemania perdió una cuarta parte de su
población en la guerra de los Treinta Años. También que las revoluciones del
tipo de las que están produciéndose en Oriente Medio tardan mucho en disiparse.
Las causas de una inestabilidad revolucionaria son, entre otras, unas fronteras
poscoloniales tenues, una modernización detenida, el fracaso de la “primavera
árabe” y el sectarismo religioso, exacerbado por la rivalidad interestatal
entre la Arabia Saudí, gobernada por suníes, y el Irán, gobernado por shiíes,
todas con escisiones diversas y con auténticos outsiders, como los jariyíes que
predican el asesinato en masa de todos los infieles.
La compañía holandesa especializada en datos Lab1100
desarrolló un mapa interactivo con todas las batallas de la historia, el
proyecto Mapa de la Geografía de la Violencia.
Consiguieron agrupar 12.703 batallas que podían datar y localizar con
la información de la que disponían, entre los años 2500 a.C. y 2015. Ciñéndonos
a esa time line histórica, y dando por supuesto que el mapa no recoge la
totalidad de conflictos violentos acontecidos en ese largo período, nos ofrece
una media anual de prácticamente tres guerras por año. Y donde Europa ha sido
el principal campo de batalla a lo largo de los siglos…
Desde el Tratado de Westfalia (1648), la
Mediación forma parte de la diplomacia, como medio de arreglo de controversias.
Pero la construcción de la paz, sin duda, no es una actividad neutral desde el
punto de vista político. La naturaleza del conflicto, las circunstancias del
cese de hostilidades, –en donde entran en juego aspectos relacionados con la
derrota o la victoria militar de las partes, los desequilibrios de las
negociaciones, entre iguales o no, las intervenciones externas-, si se llega a
soluciones negociadas condicionadas por diferentes factores, el tipo de
acuerdos alcanzados, los intereses estratégicos en juego o la participación de
la comunidad internacional a través de sus agentes y organizaciones en la
solución del conflicto, son todo un conjunto de circunstancias combinadas que
constriñen y determinaran la orientación última de la construcción de la paz.
Se puede
comprender fácilmente las dificultades que ello entrañará en el eje de
coordenadas del escenario bélico durante y post-conflicto, pero es repugnante
asistir a la frivolidad con que demasiados actores sociales y políticos abordan
de forma cínica, interesada, acrítica, maniquea, ilusa, desinformada o
demagógica las opciones, siempre complejas, de gestión del problema frente a
una opinión pública que, sin querer comprometer sus zonas de confort, es en
exceso permeable a golpes de efecto, siempre viscerales. Son muchos los que
quieren pescar en este mar revuelto, pero esperan a que el trasero se lo mojen
otros. Lavarse las manos no va impedir que siga derramándose la sangre. Ni en
la arena de los desiertos, ni en el asfalto de nuestras ciudades.
Convendría
diferenciar entre estados y gobiernos, entre árabes y musulmanes, entre ciudadanos del
estado de Israel (judíos, musulmanes, cristianos, drusos, bahaíes, budistas, y
de otras confesiones y etnias), entre judíos y sionistas, entre etnias y religiones, entre creyentes y fundamentalistas religiosos, entre islam e islamismo, entre personas de buena
voluntad y quienes no lo son.
El
reconocimiento del derecho a la información es determinante para la formación
de una opinión pública libre y plural. Una información veraz, es decir, aquella
información comprobada según los cánones de la profesionalidad informativa.
Es posible que
las relaciones humanas estén basadas, en el fondo, en hábiles mentiras.
¿Conviene ocultar la verdad al pueblo por su propio bien, engañarlo para salvaguardarlo?,
se preguntaba Jonathan Swift en El Arte de la Mentira
Política, cuya autoría se le atribuye. ¿La verdad política debe seguir siendo,
como otros patrimonios, una propiedad privada: como pensaba Benjamin
Disraeli?
La mentira se ha
democratizado, es efímera, sin pretensiones de perpetuidad histórica. Sin
cortapisas éticas ni morales, se difunde, con más o menos sutilezas, en el
relativismo de la vida pública cotidiana de nuestras sociedades, donde la
distinción entre verdad y mentira resulta cada vez más compleja. ¿Información o
intoxicación? Ya nadie sabe distinguirlas. Pero incendian la convivencia,
generan nuevos conflictos y destruyen reputaciones.
Para abordar alguna de estas cuestiones, nos acompaña hoy en Tiempo de Mediación, desde Boston (Massachusetts), Masha Gabriel, directora del Departamento Español del Comité para la exactitud de los informes y análisis de Oriente Medio (CAMERA - COMMITTEE FOR ACCURACY IN MIDDLE EAST REPORTING AND ANALYSIS)
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