Gritos de Silencio

 

Eugenia Sobrino

Solemos imaginar a los abogados y al sistema de justicia como estructuras rígidas e impersonales, regidas por códigos y expedientes donde las emociones humanas apenas tienen cabida. Es un mundo de hechos, no de sentimientos; de victorias y derrotas, no de matices. Sin embargo, a veces una crisis personal (*) es capaz de hacer añicos estas percepciones y abrir una grieta por donde se cuela una luz inesperada y transformadora.

Eugenia Sobrino Alcaraz representa una confluencia poco común: la de una experta en el complejo ámbito jurídico-social —abogada, economista, mediadora e integradora social— y la de una escritora que se sumerge en las profundidades del alma humana a través de la ficción. De esta intersección nace "Gritos silenciados tras los muros de hormigón", una obra que promete ser una grieta por la que se cuelan las historias que el sistema penitenciario a menudo olvida. El propósito de esta entrevista es explorar las conexiones íntimas entre su vocación profesional por "humanizar la justicia" y la necesidad imperante de dar voz, a través de la literatura, a las mujeres cuyas vidas transcurren entre el encierro y el estigma. 

La vulnerabilidad personal puede ser la mejor escuela de justicia social

La crisis de salud que sufrió Maria Eugenia, afectando su movilidad y equilibrio, se convirtió en una poderosa metáfora del desequilibrio social que observaba en su profesión. Sin embargo, la conexión no fue directa. Su vulnerabilidad fue el catalizador que la llevó a estudiar integración social, y fueron esos estudios los que le proporcionaron el marco para comprender una verdad fundamental del sistema judicial: no todas las partes en un proceso legal parten de "la misma casilla de salida".

Esta revelación le abrió la perspectiva a las trayectorias vitales de mujeres que llegan a los tribunales con una enorme desventaja. Comprendió que, para entender la justicia, primero hay que entender la desigualdad sistémica que la precede. De manera que su momento de mayor debilidad física no fue un obstáculo, sino la puerta de entrada a la educación que le permitió ver con claridad las debilidades estructurales de un sistema que a menudo ignora el contexto humano.

"Estos estudios me abrieron un abanico de posibilidades... a ver esa falta de equilibrio que nos encontramos. [...] Lo que me ha ayudado integración social es a abrir esa óptica, ¿no?, de mujeres que han tenido unas trayectorias vitales que es totalmente contraria a lo mejor a la que se encuentra la otra parte que tiene mucho más ventaja."

Detrás de cada delito, hay una persona (y unas circunstancias)

La filosofía central de Maria Eugenia desafía una de las tendencias más arraigadas de la sociedad: juzgar y apartar la mirada de quienes están en prisión, considerándolos "vidas errantes". Ella sostiene que esta actitud, lejos de solucionar el problema, lo agrava. Al darles la espalda, estamos "cronificando" las malas fortunas que han tenido a nivel vital. Si no ofrecemos comprensión ni oportunidades, "lo que estamos haciendo es que las prisiones sean una segunda casa".

Para romper este ciclo, propone un ejercicio radical de empatía. Ante cada caso, se hace la misma pregunta: ¿qué hubiera hecho yo en su situación, con su historia de vida, con su entorno? Este simple cambio de perspectiva obliga a dejar de lado el juicio fácil y a confrontar la compleja red de factores que pueden llevar a una persona a cometer un delito. Es un recordatorio de que nadie existe en el vacío y que ignorar las circunstancias es ignorar una parte esencial de la verdad.

"Detrás de un delito hay una persona y detrás de una persona hay unas circunstancias que por mucho que la sociedad no se interese en ellas existen y para llegar a ese lugar han habido toda una serie de acontecimientos que a lo mejor la persona ni siquiera tenía escapatoria."

La literatura puede sanar lo que el sistema judicial rompe

El sistema judicial es, por naturaleza, un campo de batalla. Maria Eugenia lo ilustra con una anécdota real de un caso sobre la mala relación de una expareja, donde el amor se había convertido en odio. Antes del juicio, el abogado contrario le amenazó con "ir afilando los cuchillos". Esta agresividad adversarial es precisamente lo que ella combate a través de la ficción. Para ella, la literatura es una herramienta para "canalizar la rabia" contra un sistema que a menudo deshumaniza a todos los implicados.

Sus escritos se convierten en un espacio para explorar todo lo que un expediente judicial no puede contener: las ambigüedades, las emociones y la experiencia desconcertante de quien se enfrenta a un sistema que se siente ajeno y hostil. En lugar de buscar una victoria a cualquier precio, su escritura persigue lo que debería ser el verdadero objetivo de un tribunal: "la paz de ambas partes". La ficción le permite dar voz a los gritos silenciados, construyendo un puente de empatía hacia realidades que el lenguaje técnico-jurídico es incapaz de transmitir.

El trabajo de un abogado no es juzgar, es escuchar

En su práctica profesional, Maria Eugenia adopta una postura ética clara: ella separa a la persona del delito que ha cometido. Su premisa fundamental es que "juzgar no es mi trabajo". Su función no es emitir un veredicto moral, sino defender a una persona y sus derechos, incluyendo la reintegración y el objetivo de "minorizar lo máximo posible el efecto nocivo que puede hacer la prisión".

Al dejar el juicio fuera de la ecuación, puede hacer lo que considera más importante. Su trabajo, explica, es una secuencia de tres acciones: "escuchar, entender y esto significa compartir". Esta escucha activa le permite comprender la historia completa, el contexto detrás de las acciones y las circunstancias que llevaron a la persona a ese punto. Esta aproximación no solo es más humana, sino que resulta en una defensa más eficaz, porque se basa en el entendimiento profundo en lugar de en la simple litigación de un hecho aislado. "Yo no defiendo un delito, yo defiendo a una persona y a sus derechos."

Dentro de la prisión, la humanidad no se extingue

Existe la falsa percepción de que una prisión es un "universo de ataraxia", un lugar donde las emociones se apagan y la vida queda en suspenso. Maria Eugenia se opone firmemente a esta idea. Asegura que, por el contrario, la vida entre los muros está llena de emociones intensas. Las personas encarceladas no dejan de ser seres humanos: "Tiene hijos, tiene padres, tiene hermanos... utilizan su memoria para visualizar un futuro".

Su escritura refleja esta dualidad, demostrando que "dentro de esa dureza también se encuentra una ternura". La vulnerabilidad y la fortaleza no son opuestos, sino dos caras de la misma moneda. Para lograr que el lector sienta esta realidad, utiliza una poderosa técnica creativa: ninguno de los personajes de su libro tiene nombre o una caracterización física detallada. Este anonimato deliberado permite que cualquier lector pueda proyectarse en sus historias, haciendo que una experiencia desconocida se vuelva universal y "familiar" y, a través de esa familiaridad, nazca la empatía.

Una Pregunta para Cambiar la Mirada

El viaje de Maria Eugenia Sobrino Alcaraz, nacido de su propia vulnerabilidad, nos deja un mensaje poderoso: humanizar la justicia es una tarea que empieza por cambiar la mirada. Requiere que miremos más allá del delito para ver la compleja historia humana que hay detrás, que reemplacemos el juicio rápido por la escucha paciente y que reconozcamos la humanidad compartida incluso en los lugares más oscuros.

Su trabajo funciona como un puente de empatía hacia un mundo que la mayoría elige ignorar, y su misión está lejos de terminar. Actualmente trabaja en una segunda novela que explora los delitos derivados de las adicciones. Su protagonista es una abogada cuyo motor es la injusticia que llevó a su mejor amiga al encarcelamiento y, finalmente, al suicidio. Con cada historia, nos invita a reflexionar y nos deja con un desafío pendiente.

La próxima vez que lean sobre un crimen, ¿se detendrán a pensar no solo en el "qué", sino también en el "por qué"?
 __________________________________________
(*) Tras contagiarse de COVID-19, experimentó una vulnerabilidad física que la despojó de su equilibrio y movilidad, pero que, paradójicamente, le otorgó una nueva claridad sobre los desequilibrios del sistema que conocía tan bien. Esta experiencia personal no solo la reinventó, sino que se convirtió en el catalizador de una nueva misión: humanizar la justicia.
[Guardo, Palencia. 11/12/2025_P101]


Comentarios

Entradas populares de este blog

Negociación, Mediación y Confusión

Humanización, Reinserción y Mediación

Mediación y paz sostenible